Es normal ver que mucha gente considere que no se debe pagar por la música, sobre todo en estos tiempos, cuando se puede tener el mundo en la palma de la mano a través de un dispositivo móvil con Internet. Esta normalización, para nada buena, sucede en parte porque la tecnología ha cambiado nuestra forma de consumir la cultura en general y la música en particular.
Hace algunos años, la música, que en realidad es intangible, se compraba a través del soporte tangible de un disco físico. Pero cuando el “objeto disco”, dejó de ser imprescindible para acceder a la música grabada, su valor cayó y sin embargo, los autores, productores y ejecutantes, no dejaron de tener los costos que implicaba producirla.
Así de rápido la tecnología cambió la percepción que se tenía sobre el valor de la música y se perdió la idea de que esta sigue siendo un bien y como cualquier otro bien hay que pagar por él. Por eso resulta bastante absurdo que hayan personas en Guatemala que no quieran pagar por la música en su vida cotidiana y en sus negocios.
En Guatemala el valor de la música está reconocido y protegido por la “Ley de Derecho de Autor y Derechos Conexos”, es decir, que el país y el Estado, o sea todos y todas hemos reconocido que la música tiene valor. Por eso es mezquino usarla en actividades lucrativas o ejecuciones públicas y no querer pagar por la misma.
¿Cómo se surgió la idea de que la música no vale?
La industria de la música ha ido en constante evolución y la mayoría de los cambios eran controlados por las compañías discográficas.
A finales de la década de los 50, los discos de 45 RPM (revoluciones por minuto) de 7 pulgadas tomaron mucha popularidad a raíz de la venta de sencillos. A un precio accesible, la gente podía comprar sus canciones favoritas en este formato. Para finales de los 60, los álbumes completos de 33 RPM en discos de 12 pulgadas también se popularizaron. La gente entonces tenía la opción de comprar canciones separadas (sencillos) y también álbumes completos.
Con el nacimiento del CD a finales de la década de los 80, las cosas cambiaron. Los sencillos prácticamente dejaron de existir y si alguien quería una canción, obligatoriamente tenía que comprar el álbum completo.
Lo anterior, sumado a la tecnología digital del CD y la facilidad para reproducirla con una computadora, influyó en la piratería, pues muchas personas pensaban que era una estafa tener que comprar todo el disco si solo les gustaba una canción, además, porque tampoco existía ninguna otra forma de acceder a la música. Este hecho fue determinante para que a finales de los 90, Napster pudiera cambiar para siempre la industria de la música. Un cambio que claro, no fue esperado ni controlado por las discográficas.
Napster era un programa que permitía a las personas compartir archivos de música en formato MP3 a través de Internet. Esto sacudió la industria porque ponía virtualmente toda la música del mundo gratis y a disposición de cualquiera que contatra con una conexión. Y de pronto, la música dejó de tener valor para muchos.
¿Cuánto vale la música?
Este terremoto digital en la industria de la música cambió para siempre las reglas del juego y aunque favoreció a muchos artistas independientes que no tenían la maquinaria de una discográfica para distribuir su música, también fijó la idea errónea que la música no vale.
Hoy esa idea sigue en el ambiente, pero es irreal y absurda, pues hay que anotar que una de las bases para el desarrollo de las industrias culturales es el dinero generado por concepto de derechos de la música. Y sobre todo, hay que tomar en cuenta que para un músico, hacer música no es gratis, implica.
Muchos de los enemigos de la música en Guatemala son restaurantes, gimnasios o bares que no entienden por qué tienen que pagar por la música que ameniza sus ambientes. En su lógica de costos no entra algo tan intangible y sin embargo, esto no quita el hecho que existe todo un proceso de trabajo, tiempo y recursos para que la música pueda llegar a sus bocinas, tal como el resto de equipo y materia prima que les permite funcionar.
Para que una canción llegue a las bocinas de un restaurante por ejemplo, el proceso y los costos para un músico o grupo de músicos independientes, en su forma más básica y resumida es más o menos este:
- Desarrollo de habilidades: Costo de la compra del instrumento musical, costo de clases para aprender a tocarlo, horas que invierten en estudiar, horas de práctica.
- Composición: Horas de composición, horas de práctica y perfeccionamiento, horas de ensayo, costos de alquiler de lugar para ensayar.
- Grabación: Costos de estudio de grabación, costos de servicios de mezcla y masterización.
- Distribución y promoción: costos de distribución en plataformas digitales, fabricación de soportes CDs etc., costos de diseño gráfico, horas y costos de promoción.
Esto es un recuento muy burdo y básico, los costos de los músicos suelen ser difíciles de calcular y muchas veces en este proceso, por ser tan extendido en el tiempo, se pierde de vista el costo real en dinero que, al menos para muchos de los músicos independientes, suele ser bastante más elevado que la retribución que puedan recibir por diferentes conceptos, incluyendo derechos.
Es importante hacer ver también que la música es un producto vital para diferentes negocios. No se puede concebir un restaurante, gimnasio o bar en silencio, pues la música es un elemento determinante para el ambiente, la personalidad y el atractivo del lugar.
La música entonces vale mucho y provee de un paisaje sonoro que no puede ser sustituido por ningún otro servicio.
Pagar por la música además, no solo es lo ética y legalmente correcto, también reconoce y dignifica el trabajo de artistas que suelen sacrificarlo todo para realizar un trabajo que todos y todas sin distinción disfrutamos.